El camino de la izquierda
Dentro de las características básicas por las que podríamos diferenciar las ideologías de izquierda y derecha serían los conceptos de progresista y conservador.
La izquierda desde su nacimiento se ha definido por el progreso entendido como el avance de la sociedad en numerosos sentidos, al contrario que el conservadurismo típico en las derechas, más reacio a los cambios sociales.
Con el nacimiento del comunismo con las tesis publicadas en el siglo XIX por Marx y Engels, llegaron al mundo luchas que terminarían de romper con el Antiguo Régimen, haciendo revoluciones que harían caer reyes y monarquías que llevaban en el poder siglos, pasando a nuevas formas de gobierno y cambios sociales inimaginables apenas unas décadas atrás.
Hasta ahí, cualquier persona sensata hoy día tendría claro las bondades que trajo esta revolución de las izquierdas, con la caída del absolutismo primero y con avances tan importantes conquistados tras años de luchas como la jornada laboral de ocho horas en las terribles fábricas de los albores de la revolución industrial, o la prohibición del trabajo infantil en Europa ya en el siglo XIX.
Desde entonces, muchos han sido los progresos alcanzados hasta llegar a la sociedad que conocemos hoy día. Algunos de ellos fueron duros de conseguir como el sufragio femenino o la eutanasia, la cual aún hoy día todavía no se aplica en la totalidad de los países occidentales, al igual que pasa con el matrimonio homosexual.
Cuesta creer que, por muy conservador que seas, a estas alturas de la historia haya gente que se oponga a estos avances, dado que todos ellos sin duda han contribuido a crear una sociedad más igualitaria y justa.
El problema viene en el punto actual en el que nos encontramos, con una izquierda que parece que ha perdido el sentido en muchas de sus reivindicaciones, o más concretamente ha perdido el rumbo sobre qué nuevos avances conquistar.
Estamos viendo como la izquierda abraza nuevos movimientos de dudosa justicia, en los que se enrolan personas que parecen verdaderos dictadores y una nueva ideología de la cancelación y muerte social al que discrepe de sus ideas.
Movimientos como el Black Lives Matters, el feminismo radical, el movimiento Queer o el movimiento Woke no han dudado en “ejecutar” públicamente a cualquiera que se haya atrevido a contradecirles, ya se traten de profesores de universidad, políticos, periodistas o cualquiera con algo de amplia difusión en sus mensajes.
La cultura de lo políticamente correcto ha llegado en plan dictadura, y jamás había existido tanta prohibición y autocensura en los medios de información como nos están imponiendo en estos momentos.
Hay temas tabú que sería imposibles hablarlos en televisión o prensa escrita, cualquier periodista que se atreviera a escribir, por ejemplo, que proporcionalmente los extranjeros residentes en España cometen más delitos que los nacionales sería automáticamente acusado de “racista” y “xenófobo”, cuando es algo que los datos objetivos demuestran claramente que es una realidad.
Ante el temor a una cancelación, los personajes públicos prefieren permanecer equidistantes y ajenos a polémicas. Temerosos del poder de las hordas de estos nuevos movimientos abrazados por la izquierda, prefieren hablar de temas “Mister Wonderful” y no salirse del guion de lo políticamente correcto antes que acabar censurados.
En EEUU, un profesor que encima era activista de izquierdas, acabó expulsado de la Universidad donde impartía clases por plantear dudas sobre la idea de miembros del movimiento Black Lives Matter de prohibir la entrada durante un día de alumnos blancos en la Universidad. Estas aberraciones ya las estamos viendo aquí en España, porque todo se exporta y la izquierda en Europa ha abrazado con fuerza todos estos movimientos. En Barcelona una escuela ha prohibido 200 obras literarias por “sexistas”, entre ellas el cuento infantil Caperucita Roja.
Es hora de que alguien en la izquierda se pregunte si estos son los avances futuros que quieren seguir o de si creen que esto aporta algo bueno a la sociedad, aunque probablemente nadie lo haga, por el mismo miedo a la cancelación y muerte social que el simple planteamiento de la pregunta le pueda suponer.
Se avecina una dictadura sin dictador, censura Orwelliana de miles de censores. Malos tiempos para librepensadores.
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